Aguantoformo es lo que receta por decreto el gobierno con la obligatoriedad, so pena de severísimo castigo, de ingerirlo mañana, tarde y noche, un día sí y otro también, hasta que revienten los buches ya tan jibarizados por el sinfín de recortes, ajustes y austeridades de todo pelaje y condición. Hoy mismo ha sido cuando se ha recetado por decreto en el congreso de los diputados y no cabe discusión ni hostias ni mucho menos explicación que valga porque se pongan como se pongan y se empeñen en lo que se empeñen, y aún en el hipotético o utópico caso de que quizás lo mismo pudieran tener algo de razón, el timonel y su marinería, léase el gobierno, no van a cambiar de rumbo ni de coña en una excelsa demostración entre tiránica y macarrónica del “no nos hubierais votado, ¡so listos!”.
La cosa era, la del congreso, para que el timonel pontevedrés explicase lo que ha bautizado como el Plan Nacional de Reformas pero que no deja de ser el enésimo muestrario de cuchilladas, navajazos y estocadas europeas con las que seguir satisfaciendo su insaciable gula por las asaduras y los entresijos hispánicos. Un PNR, dejémoslo ahí, que no contiene nada nuevo ni distinto a la tan conocida cosechadora de derechos y podadora de bienestar que llevan más de mil días tatuándonos a fuego en las entrañas. Que lo que nos urge es empleo pues toma recorte; que lo que necesitamos es crédito pues toma recorte; que lo necesitamos más que respirar es crecimiento e inversión pues toma recorte. Eso y nada más que eso es lo que tiene ese plan más venenoso que tóxico y así lo ha mostrado el timonel enfatizando que lo queramos o no, ese y no otro es nuestro plato de comida y que nadie se piense que él lo va a servir porque él lo único que va a hacer, quiere hacer o sabe hacer es, “¡dejadme sólo!”, echárnoslo en la mesa con el mismo estilo del porquero echando el pienso a sus cochinos.
Y ojo, que nadie pida ni espere explicaciones porque el timonel, “no me hubierais votado, ¡so listos!”, sigue y aplica a rajatabla la ingeniosa máxima del polifacético Luis Piedrahita: “como esto es inexplicable no se explica”.
Tengo la sensación de haber escrito ya esto que estoy escribiendo ahora. Quiero creer que no es más que una sensación propiciada, posiblemente, por la ciclogénesis (que por cierto fue el programa más visto del fin de semana con miles y miles de miradas mirando por sus ventanas convertidas en pantallas ultraplanas, u oteando los horizontes de ese cine gratis que es el cielo). Pero no, ni es sensación ni es secuela ni es efecto secundario: es una vuelta a las andadas…
Sin que la ciclogénesis tenga culpa de nada, frente a nosotros surgen como piedras filosofales nuevas medidas para parchear o modelar (¿rehabilitar quizás?) la madre de todas las soluciones: viviendas y créditos públicos. Dijo una vez Charolito que había más de uno pergeñando un salvavidas para el avaro sector de la construcción: tirar las cientos de miles de casas construidas al tún-tún pero cobradas ya te digo cómo, y volverlas a construir. De esta forma, se daba trabajo en la demolición y justo después en la reconstrucción. No se llega a eso, al menos de momento, pero sí se lanza un cabo a ese surrealista flotador alentando la rehabilitación de vivienda lo que de paso supondrá que las miles ya construidas pero deshabitadas terminarán convirtiéndose en piezas de museo e ignominiosos monumentos. Se afirma, gran obviedad, que así se creará empleo, y falta por conocer si habrá una especie de invocación colectiva animando (o incitando) a la redención inmobiliaria.
Y luego está lo de los créditos públicos masivos. Perfecto. Y necesario. Ahora bien, si se recurre a esa medida es, como ya se ha dicho, porque los créditos privados no han llegado. Y si se reconoce esa obviedad, automáticamente, y obligatoriamente, alguien debería salir a exigir que se rindan cuentas y se devuelva lo prestado. Un pastizal con el que indudablemente se podrían remendar un montón de descosidos.
Un última consideración, importante: una y otra medida se enfocan a la creación de empleo, y unos y otros (más unos que otros) deberían llamarlo así, creación de empleo, y desterrar (bajo pena de cárcel) el término «nichos» (de empleo) porque de más tenemos con lo que tenemos como para usar ese término que irremediablemente nos transporta a un camposanto, o, en el mejor de los casos, a un aparador. (Nicho: concavidad en el espesor de un muro para colocar en ella una estatua, un jarrón, u otra cosa; concavidad formada para colocar algo como las construcciones de los comentarios para colocar los cadáveres).
PD: en este volver a las andadas (o alcanforoso déjà vu) hasta reaparece con su gesto de malo de cojones el ínclito De Juana. Y por cierto, él y sus secuaces sí que pueden presumir de la ciclogénesis porque a ellos sí que les descuajaringó (nuevamente).