Misa de doce
No era en absoluto de misas y sucedáneos pero aquel domingo, sin saber porqué, decidió completar su paseo matutino camino del vermú acercándose a la iglesia. No fue consciente tampoco en ese momento de que las campanas no tañeron llamando a la oración, pero el detalle sí lo recordaría pasado el tiempo. Le extrañó, eso sí, que no hubiese nadie, absolutamente nadie, en la lonja que da la bienvenida al templo ni en el antepórtico cuyas escaleras en los días grandes de rito amontonaban, en pleno precalentamiento, decenas de fervores sinceros, fervores aprendidos, fervores impuestos y también fervores sobrepuestos. Entró, azuzado por la curiosidad, pero tampoco había nadie: ni feligreses, ni curas, ni monaguillos, ni capellanes, ni capillitas,… ni siquiera meapilas. Recorrió la planta rastreando cada rincón. Nada. Nadie.
Salió pasados unos minutos y entonces se encontró al atravesar el pórtico, a cada lado de la escalera, a dos hombres. Se acercó al que le pareció más compungido y le preguntó si estaba ocurriendo algo. Su respuesta fue directa, como un disparo: «nos hemos dado la puntilla después de años de acuchillarnos a conciencia la conciencia, y disfrutando que es lo peor. Somos pasado pero nos hemos empeñado a ser un nefasto recuerdo del pasado, una terrible y abominable pesadilla. ¡Ni solos nos hemos quedado! porque nuestro castigo y nuestra penitencia es no estar ¡ni solos! Nos lo hemos ganado durante siglos siendo en todo momento plenamente conscientes de lo que hacíamos y sin querer hacer nada para remediarlo, no digo ya detenerlo. Nos hemos arrancado los ojos para no ver lo rematadamente bien que pecábamos pero en vez de arrojar los ojos al fuego los hemos resguardado en nuestros puños apretados para que viesen sin ver… Hemos apoyado, organizado y disfrutado guerras, infamias, dictaduras, crímenes, torturas, depravaciones… Hemos delinquido, injuriado, violado, robado… Y lo peor es que cada vez que hemos sido conscientes de lo que hacíamos sólo hemos querido taparlo, esconderlo, disimularlo o justificarlo; nunca repararlo… Sí, la historia es la que es y es como es pero es historia; lo peor, lo más irracional y terrible, es que el presente es casi más escalofriante: África, el SIDA, los preservativos, el aborto, salir a las calles en manifestación contra los gobiernos que no considerábamos de los nuestros, pedir descaradamente el voto desde los púlpitos… Insensateces, como más suave calificativo, que han actuado como espléndido abono para el recelo de la gente, al punto de autoinoculárnoslas con tanta eficacia que cada día hay menos sacerdotes y religiosos estando al mismo borde de convertirse, si no lo han hecho ya, en especies en peligro de extinción. Todas esas han sido las cuchilladas que nos hemos ido dando pero extrañamente es tan insaciable la diabólica gula que nos posee almas y entrañas que hemos decidido apuntillarnos sin remisión con el repugnante catálogo de atrocidades que se están conociendo y ante las que nuestra reacción es únicamente pedir disculpas… ¿Disculpas?…, esa es la puntilla…: «discúlpennos por haber violado niños y niñas, por haber torturado a niños y niñas, por haber prostituido impúdicamente a la más tierna e inocente de las confianzas: las de los niños y las de las niñas»… Si cada cuál tiene lo que se merece, ¿qué nos merecemos?…»…
Al otro lado de la escalera, el otro hombre se relamía maliciosamente su sonrisa mirando de soslayo: saboreaba su victoria.
A cuidarse!!!