Mar 4 2010

El debate de los toros en el parlamento catalán

antonete¡Qué derroche de papanatismo! ¡Cuánta casposidad! ¡Qué afán por regularlo todo! ¡Qué hipocresía! ¡Qué lamentable! ¡PROHIBIDO PROHIBIR! ¡Que cada cual haga lo que le dé la gana!

«Toros sí-Toros no» es la quintaesencia del debate imposible: no hay espacio ni siquiera resquicio para la intersección de pareceres. Y es por ello precisamente que debe ser un ejemplo perfecto del ejercicio de la libertad. He dicho.

Te invito en todo caso a estas fotos, un video, buenas piezas musicales, y un escrito titulado «Las Afueras del Toreo».

A cuidarse!!!

Atravesando el umbral de las dependencias de la plaza, listillos, trincones de poca monta, y buscavidas forman la curro-romeroprimera avanzadilla. Están en las puertas acechando a los porteros para los que siempre tienen una frase o un comentario implorando a sus más débiles instintos, buscando que les dejen ver el toreo. Entre tanto, mientras rebuscan nuevas consignas y coartadas, mientras repasan una y cien veces la visualidad de la colada, mientras cumplimentan todo el repertorio de gestos pedigüeños, circunstanciales, molestos o llamativos…, mientras tanto oyen como esta toreando fulano de tal, de quien por cierto saben su nombre, apellidos, trayectoria, nombre de la esposa, lugar de residencia, algún que otro aspecto de su vida, y, a veces, hasta el número de teléfono.

          El círculo del toreo impone su supremacía sobre tendidos, gradas y andanadas, pero su poder también emana al exterior. Miles de personas amurallan el redondel, pero en las afueras, desde el primer milímetro más allá del mágico cilindro, toda una turba de personas viven su fiesta con la certeza, asumida y perfeccionada, de que tienen que oír el toreo y dibujarlo con su imaginación en la parte de adentro de sus ojos.

 

            Acomodadores, vendedores de refrescos y taberneros conforman la primera línea de expertos escuchadores del toreo. No todos los acomodadores ni todos los vendedores de bebidas porque la mayoría tienen sus sitios de casi toda la vida para ver el espectáculo. Hay otros que hacen cuadrillas conjuntas y se apostan en los accesos al coso donde organizan sus particulares fiestas: chorizo, jamón, rancio y sabroso queso, unos pinchos de escabeche y las botas bien atestadas. Entre ellos se dividen el trabajo y el avituallamiento, y siempre hay uno que ejerce de narrador del espectáculo que se vive en el interior, ilustrando así las imágenes que construyen con oficio y sin esfuerzo los escuchadores, los que ocupan la primera línea de las afueras del toreo.

      

        Unos metros mas allá, desde donde la plaza se ve ya con una cierta perspectiva, están los que componen la delantera de la retaguardia, la reserva activa. Unos pasean, otros reposan para escuchar con temple… La gran mayoría se agrupa en las ajardinadas laderas que cercan la plaza tras los tendidos de sombra. Allí los hay incluso que llevan bota, pincho y baraja, haciendo de la calle una natural terraza en la que en vez de hilo musical tienen música del toreo. Saltan cuando el vúmetro interior dibuja un latigazo sonoro de posible cogida, y se les remueven todos los circuitos cuando el olé deja ante sus soñadores sentidos y sus perspicaces ojos una laaargo y lentísimo natural. Son tipos solitarios y si se agrupan es más por casualidad que por compartir la dura penitencia de tener que oír el toreo.

 

            Por último, justo en el límite de las afueras del toreo, está la tropa de retaguardia encargada de la intendencia y el avituallamiento. Los que venden la fiesta en forma de puros, tabaco, pipas y golosinas…, sombreros, paraguas, carteles, banderillas, camisetas, chaquetillas de pitiminí, o célebres grabaciones del cancionero taurino. También taberneros de variopinta condición camareril tan avezados como sus compañeros de trinchera en el difícil arte de oír los toros, éstos por ser habituales y los otros por ser trashumantes y ejercitar su oficio en todas las afueras de todas las plazas de España.

paula            Son los arrabales de la torería y están y se forman alrededor del círculo de la gloria y de la muerte del que emana un vibrante chorro de sentimientos innatos, atávicos, ancestrales. Sensaciones que unos absorben en el interior del mágico cilindro, en los adentros, mientras otros las gozan exprimiendo sus entradas de pasillo a base de desarrollar al máximo la difícil habilidad de ver los toros oyendo el toreo. Las afueras.

 


Nov 27 2009

La presunción de veracidad es fascismo

Hace tiempo que tenía ganas Charolito de meterle mano a este despropósito y acaba de ponerselo en bandeja Esperanza Aguirre aprobando su Ley de Autoridad del Profesor. Es de momento un anteproyecto pero recoge un apartado abyecto y de preocupantes consecuencias llevado a su grado extremo: «los docentes gozarán de presunción de veracidad y su palabra tendrá más valor que la de un ciudadano de a pie».

Vaya por delante el máximo respeto y aprecio (y solidaridad) con los docentes que no tienen culpa de que exista ese desvarío de ínfulas fascistas llamado presunción de veracidad del que también gozan las Fuerzas de Seguridad. Su mera existencia es inconcebible en un sistema democrático porque fulmina o deja tullido el principio de la presunción de inocencia. Siendo así, y la posibilidad de que lo sea es muy muy alta, estaríamos ante algo anticonstitucional, con lo que parece tan lógico como obvio que alguien debería hacer algo.

Pongamos un suponer (o dos).

Imaginemos un/a profesor/a que, afectado por un cortocircuito psiquico-sexual, le da por meter mano (dejémoslo ahí) a un/a alumno/a. Imaginemos que el/la agredido/a lo denuncia y que sus padres hacen lo mismo. Y supongamos que el/la agresor/a lo niega de plano. ¿Qué ocurre si disfruta de la (muy fascista) presunción de veracidad, y por tanto su palabra tiene más valor que la de un/a ciudadano/a de a pie? ¿Te lo imaginas? ¿Y es tolerable o por contra hay que rebelarse contra ello sin piedad?

Eso en el caso de un/a docente. Imaginemos ahora otro suponer con un… pongamos con un guardia civil de tráfico. Vas con tu coche, te para porque por ejemplo no diste al intermitente, y se dispone a multarte. Resulta que tienes un mal día y te encaras y te pones farruco. Y resulta que el del otro lado tiene también un mal día y se pone más chulo todavía. Tanto que, para cojones los suyos y además lleva pistola, dice y afirma que le has amenazado de muerte y que casi hasta le agrediste. El asunto llega a mayores y a ver qué haces porque él tiene presunción de veracidad con lo que tu palabra valdrá una mierda y serás no inocente hasta que se demuestre lo contrario sino culpable hasta a ver si puedes demostrar lo contrario, lo que será misión imposible a no ser que te «pasen» una dosis de presunción de veracidad… Y ni aún así.

Son sin duda ejemplos (o suponeres) extremos pero son también posibles y por ello indecentes, impresentables, intolerables, y antidemocráticos. Algo debería de hacerse y con máxima urgencia. Charolito está tan convencido como podrías estarlo tú, de que Hitler también gozó y disfrutó de la presunción de veracidad y si decidía que «aquel» era judio y había que gasearlo se le gaseaba y punto. Él también tenía y ejercía la presunción de veracidad. Una fascistada se mire como se mire. Entonces y ahora, aunque sucede que ahora hay democracia… o debería haberla.  

A cuidarse!!!